Las recientes remociones de integrantes del gabinete
presidencial nos hacen pensar, como siempre, en las causas que las originaron.
Emilio Chuayffet, Enrique Martínez y Jesús Murillo Karam, políticos
experimentados e incluso gobernadores, salieron del equipo de Enrique Peña
Nieto.
Decía un viejo refrán de nuestros abuelos que tan sólo
con averiguar con quién se anda se adivina quién se es. En mucho tenía razón
esta expresión de cultura popular porque, además, tiene un sólido basamento
científico-sociológico. Oswald Spengler enunciaba que las leyes de formación
social unían a los semejantes y separaban a los diferentes. El grupo social,
independientemente de su dimensión, tiende a cohesionarse y a condensarse a
partir de diversas similitudes que podríamos llamar identidades, idiosincrasias
o identificaciones.
Por eso, lo más importante para saber las razones de un
despido es conocer las motivaciones de la designación. Los motivos que
impulsaron a quien hizo el nombramiento.
Las circunstancias en las que ésta se dio. Si ello fue el
resultado de una concienzuda evaluación de méritos, si fue el pago de una deuda
laboral o política, si fue una calculada alianza de grupos, si fue el depósito
de una confianza personal, si fue un favoritismo amiguero, si fue porque el
primer elegido no aceptó o si fue porque no había de otra.
Esto le permitirá, adicionalmente, aplicarse sin esfuerzo
y sin desperdicio. No se afanará en todo aquello que no le reditúa, puesto que
no lo requieren de él, sino de otros, y, por ende, podrá concentrarse, de
manera plena, en sus requerimientos ineludibles e insustituibles.
En materias de gabinetes y de su defenestración, cada Presidente
ha tenido sus estilos. Los ha habido aquellos que los cambian “a la primera de
cambios” y otros que, por el contrario, “aguantan vara” hasta más no poder. En
realidad, los integrantes de un equipo presidencial son colaboradores de su
jefe, no sus invitados personales. A los invitados en mi casa no los puedo
despedir tan fácilmente, pero a mis colaboradores “con la mano en la cintura”
en cuanto no me cumplan, en cuanto no me convenzan o en cuanto no los aguante.
Ahora bien, veamos las 10 razones más frecuentes por las
que se genera un despido en el mundo de la política. Estas no son exclusivas,
sino que hay otras, aunque menos frecuentes. Tampoco son excluyentes, sino que
pueden acumularse varias de ellas para actuar contra el defenestrado.
La primera causa de lanzamiento es la falta de afinidad o
de amistad. Que el destituido no sea amigo del jefe o de su séquito. Que haya
ingresado o se le haya ratificado por cualquier razón, pero que nunca se
integró en el afecto, en la confianza o en la complicidad. Vale agregar que
cuando se da esta primera causa es muy fácil que se acumulen las otras, mismas
que no se presentan cuando se trata de un querido amigo.
La segunda fuente de destitución es que el cesante haya
fracasado en la solución del problema encomendado. Que no lo haya entendido,
que no lo haya valorado o que no lo haya manejado. Vamos, que el fracaso sea
por su mera culpa. Por su ignorancia, por su indolencia o por su impotencia.
La tercera, más grave que la anterior, es porque el
lanzado haya creado el problema y no, simplemente, que no lo haya resuelto. En
otras palabras, que él haya sido el problema porque es un apotegma que se vale
no resolver todos los problemas, pero no se vale crear ni un solo problema.
El cuarto origen, no siempre muy obvio, es porque haya
concluido el motivo de la designación. Se devaluaron los méritos, se pagó la
deuda, se rompió la alianza, se defraudó la confianza, se lesionó la amistad,
se encontró a otro mejor o resultó que sí había de otra.
El quinto motivo es que el desahuciado haya caído en un
escándalo, bien sea que este sea del orden político, corruptivo, sexual,
conyugal o de cualquier otra índole.
La sexta cuestión es el enojo del jefe, llámese cólera,
decepción, desilusión, despecho, sorpresa, amargura o chasco.
El contrario de la anterior es el salvamento del jefe.
Para que el colaborador sea sacrificado cuando sea necesario, por las culpas
del propio jefe; porque se equivocó el jefe, no el empleado. Se dice que la
cuerda se rompe por lo más delgado. Eso, en política, es una verdad absoluta.
Luego aparecerían dos muy complicadas. Una de ellas la
podríamos llamar notoria inferioridad. Ella es la que pone al jefe en la clara
conciencia de que su colaborador es pequeño y que no crecerá.
La otra es, por el contrario, la notoria superioridad. La
que enoja, indigna y enfurece a un jefe que se reconoce como inferior ante un
colaborador más inteligente, más valiente o más apreciado. Esta novena causa es
de las que más encoleriza a un jefe que no sabe aceptar que le quiten los
méritos, los reflectores, los aplausos, las esperanzas o las oportunidades.
La última y décima fuente es la renuncia. Me dirán que
esta no es un “despido” sino una voluntad propia. Ello es cierto en lo formal,
pero en lo sustantivo, toda renuncia es un adelanto del despido.
Así transita su odisea, pero ésta, muchas veces, ha
estado determinada por la premonición de su término y, junto con ello, con la
herencia que habrán de legar, y con el heredero que habrán de instituir.
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