viernes, 2 de octubre de 2015

Las 10 razones de los despidos políticos

Las recientes remociones de integrantes del gabinete presidencial nos hacen pensar, como siempre, en las causas que las originaron. Emilio Chuayffet, Enrique Martínez y Jesús Murillo Karam, políticos experimentados e incluso gobernadores, salieron del equipo de Enrique Peña Nieto.

Decía un viejo refrán de nuestros abuelos que tan sólo con averiguar con quién se anda se adivina quién se es. En mucho tenía razón esta expresión de cultura popular porque, además, tiene un sólido basamento científico-sociológico. Oswald Spengler enunciaba que las leyes de formación social unían a los semejantes y separaban a los diferentes. El grupo social, independientemente de su dimensión, tiende a cohesionarse y a condensarse a partir de diversas similitudes que podríamos llamar identidades, idiosincrasias o identificaciones.

Por eso, lo más importante para saber las razones de un despido es conocer las motivaciones de la designación. Los motivos que impulsaron a quien hizo el nombramiento.

Las circunstancias en las que ésta se dio. Si ello fue el resultado de una concienzuda evaluación de méritos, si fue el pago de una deuda laboral o política, si fue una calculada alianza de grupos, si fue el depósito de una confianza personal, si fue un favoritismo amiguero, si fue porque el primer elegido no aceptó o si fue porque no había de otra.


 Para el observador o el analista, sólo en la medida en que tenga una idea clara de la designación podrá analizar con claridad la remoción. En la medida en que el designado conozca la razón de su nominación sabrá, también, lo que se espera de él, lo que tiene que cumplir y, en muchas ocasiones, llegará hasta adivinar, con precisión cronométrica, cuándo terminará su guardia.

Esto le permitirá, adicionalmente, aplicarse sin esfuerzo y sin desperdicio. No se afanará en todo aquello que no le reditúa, puesto que no lo requieren de él, sino de otros, y, por ende, podrá concentrarse, de manera plena, en sus requerimientos ineludibles e insustituibles.

En materias de gabinetes y de su defenestración, cada Presidente ha tenido sus estilos. Los ha habido aquellos que los cambian “a la primera de cambios” y otros que, por el contrario, “aguantan vara” hasta más no poder. En realidad, los integrantes de un equipo presidencial son colaboradores de su jefe, no sus invitados personales. A los invitados en mi casa no los puedo despedir tan fácilmente, pero a mis colaboradores “con la mano en la cintura” en cuanto no me cumplan, en cuanto no me convenzan o en cuanto no los aguante.

Ahora bien, veamos las 10 razones más frecuentes por las que se genera un despido en el mundo de la política. Estas no son exclusivas, sino que hay otras, aunque menos frecuentes. Tampoco son excluyentes, sino que pueden acumularse varias de ellas para actuar contra el defenestrado.

La primera causa de lanzamiento es la falta de afinidad o de amistad. Que el destituido no sea amigo del jefe o de su séquito. Que haya ingresado o se le haya ratificado por cualquier razón, pero que nunca se integró en el afecto, en la confianza o en la complicidad. Vale agregar que cuando se da esta primera causa es muy fácil que se acumulen las otras, mismas que no se presentan cuando se trata de un querido amigo.

La segunda fuente de destitución es que el cesante haya fracasado en la solución del problema encomendado. Que no lo haya entendido, que no lo haya valorado o que no lo haya manejado. Vamos, que el fracaso sea por su mera culpa. Por su ignorancia, por su indolencia o por su impotencia.

La tercera, más grave que la anterior, es porque el lanzado haya creado el problema y no, simplemente, que no lo haya resuelto. En otras palabras, que él haya sido el problema porque es un apotegma que se vale no resolver todos los problemas, pero no se vale crear ni un solo problema.

El cuarto origen, no siempre muy obvio, es porque haya concluido el motivo de la designación. Se devaluaron los méritos, se pagó la deuda, se rompió la alianza, se defraudó la confianza, se lesionó la amistad, se encontró a otro mejor o resultó que sí había de otra.
El quinto motivo es que el desahuciado haya caído en un escándalo, bien sea que este sea del orden político, corruptivo, sexual, conyugal o de cualquier otra índole.
La sexta cuestión es el enojo del jefe, llámese cólera, decepción, desilusión, despecho, sorpresa, amargura o chasco.

El contrario de la anterior es el salvamento del jefe. Para que el colaborador sea sacrificado cuando sea necesario, por las culpas del propio jefe; porque se equivocó el jefe, no el empleado. Se dice que la cuerda se rompe por lo más delgado. Eso, en política, es una verdad absoluta.

Luego aparecerían dos muy complicadas. Una de ellas la podríamos llamar notoria inferioridad. Ella es la que pone al jefe en la clara conciencia de que su colaborador es pequeño y que no crecerá.

La otra es, por el contrario, la notoria superioridad. La que enoja, indigna y enfurece a un jefe que se reconoce como inferior ante un colaborador más inteligente, más valiente o más apreciado. Esta novena causa es de las que más encoleriza a un jefe que no sabe aceptar que le quiten los méritos, los reflectores, los aplausos, las esperanzas o las oportunidades.
La última y décima fuente es la renuncia. Me dirán que esta no es un “despido” sino una voluntad propia. Ello es cierto en lo formal, pero en lo sustantivo, toda renuncia es un adelanto del despido.

Así transita su odisea, pero ésta, muchas veces, ha estado determinada por la premonición de su término y, junto con ello, con la herencia que habrán de legar, y con el heredero que habrán de instituir.



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